viernes, 15 de enero de 2010

Ojos bien abiertos

Cambiar el mundo.Si,eso es...cambiar el mundo.Creo que todos los que respiramos,en algún momento entre una respiración y otra lo que queremos es eso,cambiar algo,romper un cierto status;no se si transgredir es la palabra apropiada,porque quizá la mayoría de los cambios que podamos provocar no transgreden el orden universal,sino que más bien son modestos cambios,cambiecitos,que provocamos en el micromundo que nos rodea,en esa gente que cuenta para uno,en esos ilustres desconocidos para el resto de la humanidad,pero que tienen la peculiaridad de ser piedras angulares en nuestro camino.
Desde luego que yo también lo quiero,también quiero cambiarlo,y en realidad me gustaría hacerlo mejor para todos,no sólo para mi mundo,pero a veces se debe asumir que los grandes cambios empiezan por lo pequeño,y nada más pequeño y a la vez más gigante que el mundo que construimos:el de los amigos,los afectos,los amores,los desamores,los olvidos,los recuerdos,las partidas,las llegadas,esa conjunción de hechos que hacen que día a día tenga sentido que el globo terráqueo repita sus movimientos de rotación y traslación,porque son los ejes en los cuales nosotros mismos rotamos y nos trasladamos.
Me pregunto de verdad verdad cómo sera eso.Cómo será esa sensación de marcar la vida de otros,muchos o pocos...porque en verdad quizá cambiar el mundo de los otros puede ser algo tan efímero que en una de esas pasa por al lado,o tan rápido como una estrella fugaz,y me asusta no darme cuenta.Porque puede ser que cambiar el mundo de los demás no sea salvarlos;puede ser que robarle una sonrisa a una persona en un día en que se quiera bajar del planeta sea cambiar su mundo.Puede que una mirada,un consejo,un abrazo,una sonrisa sea cambiar el mundo.Puede ocurrir también que existir sea cambiarle el todo a otro/s;en diversas formas puede ocurrir que se presente algo tan trillado como esto,y me parece que lo que cuenta es que pase.Tener esa sensación,ese fueguito adentro,esa especie de final de una película donde uno se va caminando hacia el horizonte con la sensación de deber cumplido y una sonrisa.
Mas allá de devaneos sesudos,la certeza que me acomete es que se puede...o al menos que levantarse todos los días tiene que ser un necesario intento,quizá mejor,quizá peor,de provocar un cambio,de llegar al final de ese día y hacer un mini balance,y,por mal que haya estado la jornada,encontrar al menos una razón que haya justificado desprenderse de las sábanas,y mirar al mundo a los ojos,y pagar la cuenta.
Ah,eso sí,los ojos los llevo bien abiertos,no vaya a ser cosa de que salve al mundo,y encima ni me de cuenta!!!!

sábado, 2 de enero de 2010

Fuegos de diciembre

De chico,nunca me gustaron los fuegos artificiales.No sé porque,no se trata de una postura frente a la vida,o de llevar la contra,menos que menos de una cuestión principista en contra del capitalismo imperante que dicta gastar abundantes sumas de dinero en meros artificios cuyo destino es perderse en el espacio con el sólo objetivo de que los vean otros,absurdo teniendo en cuenta que a la mayoría ni los vemos ni conocemos(cuestiones estas últimas que por otra parte no se anda figurando uno a los 7 u 8 años)Nada de eso,pero tampoco estoy seguro de que fuera absolutamente miedo,si bien es cierto que cuando por primera vez vi en el noticiero ese tema de las balas que tira la gente y caen por ahí a modo de festejo(???)me entró un pánico que quizá fuera el principal factor de mis impulsos navideños.
Lo concreto es que tanto el 24 como el 31,cuando el reloj marcaba la hora en la que había que brindar,e,ipso facto,salir a la calle a disfrutar el espectáculo atronador de ruidos,luces o alguna combinación de ambas,yo buscaba estratégicamente un lugar con techo,donde poder guarecerme de toda clase de peligros.Lo único malo de ello,es que en la tierna infancia,los "grandes" simulan prender todo el arsenal pirotécnico con el mero pretexto de entretener a las nuevas generaciones,de modo que mis intentos por salvaguardar mi integridad física,o lo que empezaba a registrar como tal,a la vez era un atentado contra aquellos altruistas intentos de mis tíos/primos por entretenerme,justo a mí,que no veía la hora de volver a estar bajo techo.
Igual debo confesar que pese a mi tenacidad en enfrentarme a las corporaciones pirotécnicas,hubo en año en el cual casi caigo en sus garras.Fue a los 8;ese año decidí que me les iba a enfrentar,que no podía ser,que como iba a ser que todo el mundo pudiera,hasta los nenes mucho mas chicos que yo y para mí siguiera siendo un problema inescrutable,un motivo que me hacía pasar bastantes minutos lejos de Mamá.Entonces puse la voz lo más grave que podía y le dije severamente a Papá que me comprara muchas cañitas voladoras mientras ibamos a Tigre a lo del tío a pasar el 31,que esta vez sí,que quería prender fuego la ciudad(bueno,algo mas o menos así le dije,pero con voz muy finita).El me miró bastante sorprendido,pero a la vez con un dejo de orgullo,como si esta oportunidad le hubiera tocado hondo,como poder decir al resto de la familia "eh,miren,ustedes que pensaban que no iba a poder eh!",y,como no podía ser de otra manera me compró cañitas voladoras como para varios minutos,una bolsa muy grande,como yo no recordaba haber visto otras,ni siquiera la que traía mi primo de Torcuato,que tenía 4 años más,estaba muy canchero en el tema,y a la hora de los festejos ya jugaba en el equipo de los grandes.Y como ese año estaba decidido a hacer mis primeras armas en el tema,me regocijé de que Papá se la hubiera jugado de tal manera,como dándome tamaña confianza.
Toda esa cena de víspera de año nuevo(que por otra parte siempre solía ser más aburrida que la de Nochebuena)me la pasé imaginando como iba a enfrentar aque desafío,como vencer los miedos,me veía una y otra vez remotando esos artificios del demonio y venciéndolos,obvio;de manera que el vittel thoné se me pasó de largo,casi como las empanaditas,y apenás probé un bocado del lechón que creo que estaba rico,aunque no se comparaba nunca con la ensalada de frutas,manjar que por otra parte en casa siempre escaseaba,de manera que no quedaba otra que aprovechar la volada y disfrutar a cuenta.
Una vez que avisé que ya eran las 12,porque tal era mi rol en la familia,entendí que era una de esas veces en la vida,en que mi hora había llegado,aunque estoy casi seguro de que quizá para el resto de la familia fue menos que un momento normal inclusive.Una vez que estuvimos todos afuera,Papá me alcanzó un puñado de las cañitas,las puso prolijamente dentro de la botella de sidra vacía y me llamó con la mano,dispuesto a principiar el instante sublime.Todo se había cumplido,era el momento de entrar en la historia y reclamar el lugar que me tenía preparado.
Dicen que un hombre no es valiente por no tener miedos,sino por enfrentarlos.
Puedo asegurar sin temor a equivocarme,que la noche del 31 de diciembre de 1993,fui un cobarde