miércoles, 27 de julio de 2011

Epocas

Puede ser que una de las tantas divisiones o clasificaciones existentes en esta vida sea aquella que distingue a las personas de acuerdo a su capacidad para enfrentar los cambios.Existe la gente que se amolda perfectamente a ellos,de una manera natural podría decirse,casi como si formara parte inescindible de su existencia,como una condición perenne que define su persona.Podría identificarse un grupo intermedio,que serían aquellos que sin abrazar fervorosamente los vaivenes,sabes ponerse del lado indicado para que la ola no los tumbe,y seguir sin mayores inconvenientes.Y,luego,quedamos los que no tenemos ninguna simpatía por el cambio,más bien somos unos románticos enamorados del estado en que vienen transcurriendo las cosas,y,en caso de votar por una suspensión automática de las modificaciones del orden "natural" que logramos conseguir,nos volcaríamos proselitistamente a embanderarnos en la causa de la preservación del statu quo.
Pero,como tal votación no existe,y nunca se vive en el mejor de los mundos posibles,incluso aquellos que denostamos pasionalmente los cambios debemos adaptarnos a que,pese a nuestras preferencias,la vida es por definición dinámica,y el cambio es parte inescindible de esta aventura,y,como tal,hay que aprender a moverse en esta selva con las armas que se van juntando.
Hecha esta introducción,y sin mayor desarrollo,me quiero detener en una diferenciación en el interior mismo de la composición de los aludidos cambios.Creo que se puede dividir entre aquellos cambios de superficie,que son como una especie de maquillaje,en la cual lo que se modifica es la fachada de las cosas,la apariencia,y,por más que cuesten,no llegan a comportar una relevancia sustantiva en los aspectos trascendentales.Y,por otro lado,están esos cambios que son como un cisma,que remuecen profundamente los cimientos de algún compartimento central de la propia cotidianeidad.Estos últimos,generalmente los más aborrecidos por aquellos que comparten mi grupo actitudinal,tienen la particularidad de generar sensaciones raras,como estar manejando hacia lo desconocido,situación tan placentera para algunos,y tan descortante para otros.Traen consigo esa incertidumbre que suele apesadumbrar las almas incluso de gente preparada,que queda paralizada por momentos ante la inminencia de lo desconocido,ante la rotura en pedazos de la estructura diaria en algunos casos arduamente construida.
Dentro de este grupo,también se encuentran una clase distinta de cambio profundo,a la cual me quiero referir.Es,ni más ni menos que aquella a la cual voy a aludir,quizá pomposamente,con el término "fin de época"para ser gráfico.Son esos momentos en los cuales,junto con el cambio que se avecina,sobreviene la sensación de que,más allá de algún aspecto importante de la habitualidad,lo que va a concluir es un aspecto de la propia persona,una faceta desempeñada que,ineludiblemente,va a cambiar,sea esto una evolución o un retroceso,pero,ya antes mismo de su ocurrencia,se nos manifiesta como evidente que emergeremos de ella de una manera mejor o peor,pero seguro distinta.Esta especie de cambios distintiva,que no se a cienta cierta con cuánta regularidad acontece en la vida,quizá a algunos les pase muy pocas veces,y a otros todos los días.Creo que el ejemplo más potente que se puede brindar es la transición que acontece de la niñez a la adolescencia,luego a la juventud,y finalmente a la adultez,cuando dejamos de depender para todo de los padres para tener responsabilidad e injerencia sobre las decisiones que conforman nuestro derrotero.En este sentido,cuando se avecina el cambio de época,cuando todo aquello que venimos siendo o haciendo durante largo tiempo,brinda inexorables señales de estar a punto de volar por los aires como una especie de big bang interno,y todas las certezas que fueron definiendo la personalidad reciente o lejana,todo eso a lo que nos abrazamos para definir la propia esencia está haciendo las valijas para partir,nos quedamos frente a frente(en especial los que no hacemos del cambio un culto)con el desafío de encarar la obligación.Con esto quiero decir,enfrentar la situación de cambiar de roles,que en algunos aspectos se nos presenta como evidente(Como en el aludido ejemplo)y en otros no tanto;así como alguna vez usé la figura de trajes y etiquetas,creo que esta sensación es la rara de angustia de saber que el traje que llevamos ya no es el que mejor nos queda,pero,sin esperar que venga alguien a decirnos que este pantalón nos apreta,o que la camisa nos hace gordos,o que los zapatos pasaron de moda.No,a lo que me refiero es a señales internas,como las alarmas de los aviones,que nos van indicando que este momento llegará sí o sí.Ese momento de cambiar de traje,y de vislumbrar cual será el nuevo atuendo,desde dónde se puede empezar a construir una nueva habitualidad,debe ser uno de los momento más especiales en la vida,ese llegar a un punto donde se sabe que es el final de un camino,que hay que doblar en otra dirección,y buscar senderos nuevos,y dejar algunos trajes para los que seguirán y colgar otros definitivamente porque ya no nos quedan...ese momento quizá también sea de los más dificiles porque,de fondo,ni más ni menos,lo que queda es mirarse al espejo,y tratar de acomodarse cuando pase la ola,pero barrenándola,surfeandola para salir de otra manera,pero disfrutando,y,sobre todo,tratando de que la imagen que devuelve el espejo al final del proceso,sea distinta a la anterior,pero,siempre,sea la más parecida a la de uno,o al menos a la que uno quisiera ver,aunque el traje siempre quede un poco grande,o el dobladillo del pantalón un poco largo.